¿Cuál es el secreto de la poesía?
Nombrar el pasado y el presente desde el futuro,
un futuro inefable.
¿Cuál es el secreto de la poesía?
Nombrar el pasado y el presente desde el futuro,
un futuro inefable.
Una cucaracha negra que se alimenta de carroña,
que corre desesperada a esconderse cuando sale al escenario,
muchos desean oír mi crujir en cuanto me ven,
pero de todos he conseguido burlarme hasta ahora.
Eso soy. Un ser repugnante y abandonado.
Me disfrazo de algo visiblemente soportable
para acercarme a todos aquellos que amo,
los que saben de mis patitas negras
y no giran la cabeza cuando estoy desnuda.
Resistiendo y persistiendo me gano la vida,
escapando de aquellos que quieren mi mal.
Estoy cansada, agotada, no puedo más.
Paro.
Descanso por vez primera.
Escucho un crujido sobre mi cabeza.
Funambulista, me lanzo silenciosamente a tu red.
Me recibes con caricias que arañan suavemente.
A través de tu hilo me guías, yo atravieso las capas,
Una certeza ingenua:
esta vez puedo escapar.
¿Volveré a esconder mi corazón en el bolsillo?
Esta vez, no.
No tenemos pasado, no tenemos futuro.
Tan vulnerables y reales.
La predecible incertidumbre que pica.
Una sólida torre que caerá de un soplido.
Aunque todavía siempre estás.
Aunque todavía quiero estar.
La multitud en una calle cualquiera.
Uno a uno, fila y fila, cual hormigas.
Ráfaga musical, rítmica, dispara.
Un bello bermellón resbala. Salpica.
Gritos desesperados de voces blancas,
barítonos, sopranos, tenores, contraltos.
Piedras que tiráis en forma de diamante
al ritmo de la pólvora de un dios degenerado.
¿Qué edad tienes? 0, 5, 13, 70, 20?
Ellos tienen bombas, tanques, misiles.
sin decir adiós vais muriendo por miles.
Tu hora es ahora, tu día es hoy.
Razón siglo XXI, Los Transilustrados.
No giramos la cabeza, desde las gradas miramos.
Figuras que gritan, caen y desaparecen.
La historia no acaba, deforme, palidece.
Vamos a dormir, yo soy buena, mi esqueleto.
A veces me aburro, me arrullo entre tus huesos.
Mañana, otro día, ¿despertaré con el alba?
No lo sé, no lo sabes, ¿Pensaré en ti mañana?
El chico de la sombra de ciprés
toca mi puerta a diario.
Yo la abro, pero no le dejo entrar.
Salgo corriendo y trepo hasta su copa,
donde el movimiento sufre de vértigo.
Cabeza abajo, me cuelgo cual murciélago.
Él me da la mano y me invita a sentarme,
entre sus finas ramas.
Observo la soledad y el privilegio,
y siento miedo de mí misma.
Mis piernas tiemblan.
Y el chico de la sombra de ciprés sonríe,
con los ojos muy negros y muy fijos en los míos.
Pronto no habrá nadie al otro lado,
aunque él aún está.